El otro día, en una clase de 1º, hablando de la cualidad del sonido intensidad, nombré a Haydn y a su sinfonía "Sorpresa" y les prometí ponerlo en un post: aquí está.
A Franz Joseph Haydn, se le conoce como Papá Haydn, Padre de la Sinfonía, Padre del Cuarteto… y no es que fuera el verdadero inventor de estas formas, pero sí contribuyó a que se consolidaran definitivamente.
Haydn estuvo aislado del mundo durante largos años al servicio del príncipe Nikolaus Esterházy. Este aislamiento le benefició en dos sentidos: evitó que se “contaminara” con otras músicas y le brindó la oportunidad de experimentar casi ilimitadamente con la estupenda orquesta del príncipe.
A muchas de sus obras se les conoce más por el sobrenombre que por si título y de algún modo ayuda al público a recordar y reconocerlas, pues se hace referencia a aspectos de su composición (como el lugar donde se escribió: Oxford), a citas de obras musicales (Lamentación, que utiliza un tema gregoriano, Incipit Lamentatio, de las Lamentaciones de Jeremías), a aspectos programáticos (Militar, que describe una batalla), a sugerencias auditivas (El reloj, ya que su ritmo recuerda el sonido de éste), o a anécdotas relacionadas con su composición o con el propio contenido de la música (Los adioses, La Sorpresa, El Milagro).
El segundo movimiento de una sonata es el momento de la calma. Es un movimiento lento, apropiado para el descanso del largo viaje propuesto en el primer movimiento, un momento para respirar, relajarse, disfrutar y tomar fuerzas antes del mucho más rítmico minueto y del agitado finale… Es ese momento mágico en que el público se arrellana en la butaca, respira con calma… incluso puede echar una cabezadita… porque es de todos sabido que no va a haber sobresaltos ni sorpresas.
En la Sinfonía nº 94 en sol mayor, Haydn nos ofrece en su segundo movimiento un comienzo pianissimo,... Ya tenemos al público confiado: comienza la repetición de la primera frase, aún más piano, con lo que todo el mundo se abandona a la más absoluta paz… hasta que sin avisar, suena el último acorde de la calmosa frase, que encierra la sorpresa que da nombre a la obra…
Supongo que se sorprenderían los afortunados oyentes del día del estreno, allá por 1791, en Londres, y supongo que os sorprenderéis vosotros si tenéis la curiosidad suficiente para pulsar el play y la paciencia necesaria para dejaros llevar por el buen humor de este Padre… de la jovialidad, la inteligencia y el buen gusto.
¿Recordáis lo que os conté sobre la sinfonía de Los Adioses?
Que disfrutéis con la tranquilidad que esta música nos brinda.
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